8 oct 2009

He atravesado el negro


He atravesado el negro y el bebé parece que se mueve. He atravesado el negro y el bebé parece que respira. He atravesado el negro y el bebé, por fin, comienza a llorar.

Me miran las dos enfermeras, el enfermero, la celadora, el técnico de la ambulancia. Me miran la madre y el padre. Y, después de salir de un tiempo que no sé quién me ha robado, me los encuentro mirándome expectantes y dispuestos a ir hasta el infinito y más allá.

Como despertando de un coma, me descubro a mí misma disfrazada de médico a punto de salir de la guardia en la sala de críticos con el bebé de dos semanitas, un filetito, en mi brazo. Supongo que he debido de hacer correctamente todas las maniobras de resucitación, porque me suena a música celestial ese llanto rabioso. Supongo que todo el instrumental y la medicación que ya tenía listo el equipo va a sobrar.
Todo ha sucedido a velocidad supersónica. Supongo que es que yo he dejado de respirar por empatía con el bebé, o a lo mejor así lo hemos hecho todos y nos hemos quedado como en un vídeo en el que se le da al "pause". Todos tienen pintada la cara de alarma y de gravedad, excepto, por suerte, los padres, ellos dentro del miedo ún tienen un atisbo de esperanza en su mirada.

Sonrío y casi lloro a la vez y me quedo un ratito el niño en mis brazos antes de devolvérselo a su madre. Es tierno, suave y huele a nenuco y a leche. Está vivo y lo va a seguir estando, así, tan frágil, pero vivo.

Logro desprenderme de él y se lo paso a los brazos de sus padres que están tan chocados que ni siquiera pueden llorar. La angustia ha sido tan fuerte que sólo pueden moverse como autómatas felices, con su bebé, que respira, se mueve, llora y ha logrado atravesar el negro.

La sala de críticos tiene un olor a desinfectante que me resulta tremendamente acogedor.

3 oct 2009

Incendio de ideas


Leyendo en sus ojos, se me viene abajo la valentía que da la pura fachada de locuacidad acelerada, y mirandole de refilón, sin palabras, andando a su lado, se me mueven los pies al paso militar del bombeo de su corazón. Hace calor. Me preocupa que algún honesto padre de familia pueda dar un grito, encarando mi busto y haciendo mirar hacia otro lado a su hijo. Sé que antes pude evitar la evidencia cambiando constantemente el vuelo de mi camisa, como un pájaro de alas maltrechas. Me preocupa que se note que desprendo electricidad y calor. Flamear. Me siento la antorcha humana cruzando el semáforo, y todo ocurre tan rápido y tan lento que el segundo en el que rozo sus labios vuelve a ser calor que derrite y enerva, que hubiera congelado y mantenido, que aún ahora despierta la alarma de fuego en el edificio. Me muevo inquieta en mi asiento, intentado evitar que el fuego se propague. Puede que tenga que mandar a un retén a que lo apague. Aunque sea a mano.

26 sept 2009

Ictus Interruptus


Estaba yo dándole al manubrio de la ambulancia, ¿o las ambulancias no tienen manubrio?, que se nos había quedado tirada en el arcén- sin h- por un recalentamiento global sin precedentes, cuando sonó el móvil del conductor,...

-...que se ponga el médico-me dijo en tono de cachondeo- a ver si puedes resolver algo.

“Las pezaítas” era el nombre con el que los chicos de la ambulancia habían codificado el número del centro coordinador de emergencias, que aparecía fluorescente sobre un fondo de pantalla con una tía con dos melones siliconados (cada día me sorprenden más los pensamientos de los técnicos de ambulancia).
- Dígameeeee- dije, con la esperanza de que quien quiera que fuera el usuario demandante de nuestros servicios no estuviera al borde de la muerte, dadas las circunstancias.
- Un aviso- emitió una voz femenina que me soltó todos los datos como un chorrito de grifo averiado imparable.
- Disculpa, ¿no hay otra unidad disponible, estamos haciendo RCP a la nuestra.
- Lo siento, todas las ambulancias están ocupadas y al parecer el paciente tiene un ictus.
He de reconocer que siempre me han alucinado los acertadísimos pre-diagnósticos telefónicos con ese sensual toque de teleoperadora, casi me dan ganas de creérmelos.
Pero creo que la ambulancia se arrepintió y dejó de torturarnos o, mejor dicho, decidió torturarnos poniéndose en marcha, para dejarnos sin excusa y lanzarnos a ese peligro inminente.
Dimos tan sólo unas tropecientasmil vueltas hasta que localizamos el sitio, la gente cuando tiene una urgencia suele dar los datos de la forma más escueta posible, es posible que supongan que el GPS de la maginación de los servicios sanitarios es infalible, o bien es probable que en realidad no deseen ser encontrados, cada uno se suicida como quiere, oyes. La Urbanización el Quinto Pino no estaba al borde de la playa, no, fue necesario recurrir a un alarde de intuición y al oráculo de Delfos para llegar a la zona, y luego preguntar a varios obreros, policías, panaderos, señoras con carrito y otros amables informadores para encontrar el número de la casa que, para variar, estaba equivocado.
La ambulancia hizo un ruido extraño, como resoplando, supongo que para solidarizarse, pero siguió operativa.
Médico, enfermera y técnico salimos equipados hasta las orejas con ese aire de salvar vidas que hemos aprendido en los cursos de reciclaje de urgencias de la tele. Bueno yo llevaba la bata algo manchada de óxido y aceite, las gafas un poco torcidas y los pelos más payá que pacá, pero como mi actual fonendo es de color fucsia, atrae todas las miradas y disuade de comentarios sobre mi look.
Entramos a la casa, la puerta estaba entornada, preguntamos que por dónde estaba el paciente a grito pelao, y como no hubo respuesta nos temimos lo peor. Subimos corriendo por unas escaleras de caracol estrechísimas y empinadísimas- cosa habitual en los avisos realmente urgentes- hasta la 3ª planta, allí había una señora muy británica tomándose un tazón con leche y galletas migadas y un señor tirado en una cama con olor a humedad de Brighton. Ella respondió amablemente a mis preguntas en Inglés de Guirilandia, pero no aclaró nada de lo sucedido, se supone que el médico ha de ser lo suficientemente avieso para captar todos los detalles y recomponer todos los hechos (ya me he apuntado a los cursillos de CSI de mi barrio, pero hay demasiadas solicitudes).
Así que me dirigí al señor enfermo con un supuesto ictus y me dispuse a hacerle una exploración neurológica, ya que no funcionaba la fonética, él tuvo a bien vomitarme en los pies, ¡ojo!, esto indica que el grado de educación del sujeto rayaba en lo delicatessen, otros vomitan directamente a la cara.
El olorcillo a Don Simón y el color vino de los elementos emitidos nos dio la pista, y los ronquidos suaves desmintieron respiraciones apnéusticas y otros sobresaltos, dejándonos claro que aquél señor de pelo cano, nariz violácea y mejillas coloradetas lo que tenía era un ictus interruptus, transformado en una monumental borrachera.

16 sept 2009

Bocata de impresora


Bocata de impresora


Me fui chupando los dedos después de intentar imprimir todo aquello, pero la impresora se lo comió antes y emitió unas páginas en blanco con manchas de grasa de chorizo. Ni una letra. Ni un signo. Por un descuido, yo le había dado el pan al teclado y eso fue todo. No hubo nada más. Los árboles de otoño se habían evaporado, tampoco quedaba nada de tus ojos verdes de viejo crítico, ni rastro de palpitaciones y otros delirios. El teclado y la impresora se quedaron con todo mi potencial. O a lo mejor yo se lo había regalado al chorizo, para cebarlo. Ya que tu teléfono no sonaba en el mío, ni tu voz se colaba por mi oreja, ni tus manos me hacían olvidar la ley de la gravedad, me había entregado a esa lujuria de escepticismo. Tus palabras se negaron a venir y mis letras se negaron a salir, iniciaron una huelga de hambre. Menos mal que aún me quedan fieles los altavoces y el micrófono.Como no aparezcas pronto, amenazo con dedicarme al cante jondo.


Tirantes de tiramisú


Y me ceñí la cabeza con unos tirantes de tiramisú, sacado de una cena en un lugar de lo más hortera. Ni tú merecías la pena, ni yo alcancé la gloria. No había nada que contar, excepto el absurdo smoking del camarero en es hiperrestaurante con olor a rollito de primavera.Los tirantes se me pegaron a la CPU y fui absorbida por un disco demasiado fragmentado, así que los tirantes no sirvieron para nada y se me cayeron los pantalones, el pelo y el mapa de orientarme en los lugares sin historia.


Fabada de teclado


Una sola conversación contigo me bastó para sanarme, así que, con esa eutrapelia que caracteriza mis mañanas, fui echando en la olla todas las teclas del teclado, que se quedaron nadando en el caldo algo sorprendidas, sin saber qué decir, me dieron pena, porque se habían quedado sin poesías, había vuelto la realidad y decidí quitarme unos cuantos dientes y añadirlos, para darles sabor y acompañamiento. Mi intención era hacer una fabada para enviártela en una oda de canto de pajarillos, una especie de mariachi vespertino que te llevara al éxtasis, pero lo único que logré fue una vulgar sopa de letras. Y además me había quedado sin sientes para sonreírte.


Ensalada de puerro, cerebro y apio


Puse todo mi cerebro en contarte mi vida, me quedé con el cerebelo para no perder el equilibrio. Al perder la capacidad de elaborar y coordinar ideas, las palabras se reflejaron en la pantalla como una llantina provocada por liliáceas, y los lagrimones se me resbalaron hasta el mismísimo apio, digo el ombligo. Ni tú me entendiste a mí ni yo me comprendí a mí. Lo importante es que sí te capté a tí. Te envié un rojo beso atomatado y te revolviste como la sal y el aceite. Por una vez, tras muchos siglos, no me devolviste vinagre.

6 sept 2009

Kukuphatopoicos


Kukuphatopoicos tiende la ropa amorosamente en la terraza al final de la tarde, en medio de ese silencio que despide a los pajarillos para saludar a los murciélagos. Ha estado en el campo recogiendo un ramillete de pulsatillas y la paz hace ondular sus orejas.

De repente se oye el anuncio de lo que será un estruendo, no está claro si es una tormenta o un terremoto, pero el suelo no vibra. Vibra el corazoncillo de Kukuphatopoicos por la taquicardia que le produce la plenitud de ese sonido que parece el de algún misil en campo de batalla, pero tampoco hay ecos de tiros de respuesta. Algo ha atravesado la barrera del sonido y se rompe el cuello mirando a todas partes.

Mientras se sujeta la cabeza con las dos manos, ve por fin un triángulo que se parece a los mirlos que hay alrededor, pero de pronto se convierte en un avión-tenedor con el mango apuntado hacia una caída en picado.

Kuku siente vértigo y casi llora pensando en sus pulsatillas. Aunque a veces ha soñado en montar en una bici supersónica, pero sin vuelo, que eso da mucho susto.

El tenedor-avión hace un loop y remonta dejándolo todo sordo con un sonido que no se sabe si va persiguiendo al avión o huye de él.

A Kuku se le ha caído definitivamente la cabeza, y es una pena, porque es un factor vital para poder tender la ropa.

Los calcetines se resecan retorcidos a medio camino entre las cuerdas y el suelo, y ella yace en un mar de decibelios.

29 ago 2009

Pinto tus raíces


Veo un árbol en tí. Y, para poder subirme a él, lo voy pintando sobre tu piel tiernecita. Y voy colocando hojas verdes y frutas en tu cara y en tus manos, mientras te da una risa contagiosa que me distrae. Pero me pongo muy seria y sigo haciendo líneas marrones en tu cuerpo, el tronco del árbol y las ramas, en tu pecho, en tus brazos, una manzana en tu frente y una ciruela en tu mentón. Un tronco recio y unas ramas retorcidas. Te miro y te veo fuerte para sostenerme cuando trepe.
Y, desoyendo tus gemidos, comienzo a pintar tus raíces. En las piernas largas y profundas, bien agarradas a la tierra. Pinto un gusanito en el dedo gordo de tu pie izquierdo sólo para desesperarte, tomarte el pelo y oírte de nuevo reír. Y subo a pintarte una raíz gorda en tu raíz. Una raíz gruesa como una vena insufrible rodeando, surcando, perfilando y avanzando por ese soporte carnoso que te sale despistado, con voluntad propia, de esa especie de barba entrecana.
De repente me da una lujuria en colores y se me caen los pinceles. Hundo los dedos en los tarros de pintura y te lo emborrono todo con naranjas, amarillos y rojos, como en un amanecer en el que todo tiene mucha vida, todo se levanta, hasta los pajaritos se levantan y ya no puedo aguantar la risa.
Así que hundo mi lengua en mermelada de fresa y la uso para pintarte una cereza alrededor de la boca, rodeando ese labio rojo que se te ha quedado caído, belfo.
Meto mi nariz en mostaza y pinto dos solecitos infantiles en tus pezoncillos, mientras empiezas a mirarme con cara de sátiro del bosque.
Y sin pensarlo seis veces, me enclavo en tu raíz. Esa que me apunta acusadora, mirándome con su único ojo y pidiendo misericordia.
Y dejo que seas tú el que me pinte por dentro. El que me llene de un alba inmaculada, de lunas blancas, y de lava de infierno.


[xrisstinah. Diciembre 2003. Primeras Piedras. Narradores.es]

Voy a escapar a reacción


Me voy a escapar volando en un avión a reacción. Voy a huir de tus peligrosas ideas, de tu ciega lengua y de tu imagen, que me dejan herida. No desertaré de ser tu fantasía. Pero a tí no te quiero. Ya se me pasó la vida y, ahora que soy un cyborg, se me acabaron las flores, los óvulos y la miel con chocolate. Saldré en un disparo que dejará un estallido tras la barrera del sonido, para entonces ya no sabré dónde estaré. Arrastraré mis cascabeles, mis risas y los rizos por otras nubes. Ni siquiera necesito sangre, ni oírte llorar.
Mi idea se queda, pero yo me voy, me voy antes de que llegue el invierno, aunque sé bailar en el hielo. Mi vida huye y yo me voy detrás de ella. Me desintegraré en pequeños fractales para que te quedes con unos cuantos. Pero ya no soy tu niña, ni si quiera tu amor.
Cuento, cuento despacio, uno, dos, tres,... seiscientos,... dosmil...
Espero el arranque.
Me aseguro de que todo está en su sitio. Pero nada sucede.
Me miro a mí misma extrañada.
Me compro una dinamo en un bazar de un viejo y me la instalo en la espalda, pero ni así. No arranca el cohete, no existe el avión, me he quedado transformada en una burbuja de ideas.
Me he quedado enganchada a tí para siempre.

25 ago 2009

Brillo Naranja


Pues cuando comprendí que había perdido totalmente mi capacidad de relacionarme con las personas, si no era con uniforme por medio, empecé a sentirme algo inquieta. Un picor de ingles y sobacos me puso nerviosa y me pregunté qué remedio podría sacarme de tal rigidez.
La evocación de mi vecina vino en mi ayuda. Otros tienen hadas madrinas o abogados. Yo sólo cuento con evocaciones. En este caso recordé a mi vecina, relaciones públicas por excelencia, locuaz, políglota, polífaga, polígama y experta en no dejarse apabullar. Así que intenté ponerme en su lugar y tratar de pensar en qué es lo que haría ella en mi lugar para volver a relacionarse con el mundo de las personas, que no es el mismo que el de la gente.
Me puse un brillo naranja en los labios y el pelo algo alborotado, pero fui incapaz de prescindir de un virginal vestido azul marino con lunarcitos blancos, la perfección estética siempre se me ha resistido.
Me fui a un lugar hiperpoblado. Paseé con sonrisa tierna y esperanzada arriba y abajo. Oí cómo un señor de metro noventa con un niño sentado en los hombros le decía alegremente que iban a ver los barcos. Fui yo también a ver los barcos. Pero ni el señor de metro noventa, ni el niño, ni ningún barco tuvieron a bien dirigirme la palabra.
No importa, me dije para mis adentros, Roma no se conquistó en un día. Aunque lo cierto es que el naranja de mis labios comenzaba a quedarse mate limón.
Algo harta de mi empeño en reconquistar a las personas, encendí un cigarro, claro que, como no soy fumadora, me entró una terrible tos de perro y arrojé la colilla a una papelera, provocando un incendio de siete pares de narices.
Acudieron bomberos, colegas y todo tipo de seres uniformados que me hicieron recuperar mi fe en el uniforme.
Pero bien sabe Satanás que la vida es dura: ninguno tuvo la decencia de fijarse en el brillo naranja de mis labios. Se dedicaron a rescatar individuos semicarbonizados y me dejaron más sola e insignificante que una rata siberiana.
Volví a mi casa triste y compungida, me puse un camisón con encajes y puntillas, abotonado hasta la epiglotis, y soñé que era un elefante africano.

20 ago 2009

De sogas y semisuicidios


No era agua. Estaba lloviendo, pero no era la gotera de siempre lo que caía sobre la cara de Eutiquia. Eran trozos del techo, que le estaban cayendo en la cara, mientras contemplaba embobada ese espectáculo, espanzurrada en la cama. Se sintió ruin por no haber llamado a los albañiles a tiempo. Pero cambió de idea cuando oyó además una especie de grito y otro batacazo en el suelo, digo en el techo, de su dormitorio. Con el pijama lleno de manchas, porque había pasado tantas horas delante del ordenador que no había tenido tiempo de lavarlo, bajó con prudencia de la cama, se puso las zapatillas, esperando que algo resolviera ese misterio, para no tener que moverse y poder volver a roncar con soltura, y subió a casa del vecino.
Nadie abrió la puerta. Volvió a por la llave que tenía para regarle las macetas en sus ausencias y entró sofocada, pidiendo mentalmente que todo fuera una tontería. No estaba ella para esas incomodidades.
Allí estaba Genaro, tirado en el suelo, con una soga alrededor del cuello, la cara muy moradita y un priapismo algo vergonzoso. Pero no, no estaba muy muerto del todo, aún hacía chirivitas con los ojos y sacaba la lengua intentando decir algo.
Eutiquia siempre había sido algo pava y tardó en comprender que ese señor, su muy estimado vecino, debería haberla avisado, porque con estas cosas los precios de las viviendas se devalúan. Pero en un arranque de caridad, se lo perdonó y corrió a por el cortaúñas que estaba sobre la mesilla, le costó bastante romper la soga.
Genaro pudo incorporarse y extracorporarse, es decir, no sabía muy bien qué hacer, pero se agarró a Eutiquia en un arranque de simpatía y los dos volvieron a caer al suelo, ¿qué digo al suelo?, al techo, al de ella, y dieron un cebollazo en la cama de ella, como era de prever. La vida sedentaria y las dietas de usuario de ordenador, que son poco sanas, ya se sabe. Fue así como el amor surgió del delirio de un semisuicidio.
Fin, por supuesto.

2 ago 2009

El mapa de esponja


Calle aire, calle pajaritos, calle pintor Sorolla,... y otra vez en la misma plaza, esta calle ya la he pasado, y el mapa me absorbe como una esponja, primero me hace sudar y luego me absorbe a mí sin dejar ni rastro, me vuelve a soltar en algún lugar del que ya conozco todos sus poros y me deja resbalarme entre calles, callejas y plazas para volver a evaporarme. No tengo hilos de ariadnas ni busco huir de minotauros, sólo quiero salir de este embrollo. Me paro un momento en la sombra, pegada a la pared, ciero los ojos y me doy cuenta de que estoy siguiendo mentalmente el mapa de otra ciudad, por eso no encuentro tu calle, te has ido demasiado lejos, es más ni siquiera estás por aquí y el coche me ha dejado en un lugar cualquiera que yo no deseaba visitar.

Calle flores, calle perdigón, calle San Agustín,... me da igual, desisto de encontrarme y sé que no te voy a encontrar. Se me ha acabado la botella de agua y veo una heladería plantada allí en medio como un espejismo. Absorbo el helado con sed de campamento y el mapa me absorbe otra vez a mí. Paseo por la orilla del río Agua Plana y me doy cuenta de que estoy al otro lado del mundo o de la calle o de la ciudad. El coche me ha abandonado, pero no es consciente de ello, se lo perdonaré y le renovaré la válvula EGR, el pobre se lo merece, que ha caminado mucho. A tí no sé si perdonarte, pero sé que me derretiré como una mantequilla sin marca cuando te vea y todas mis decisiones se evaporarán y serán absorbidas en otro mapa cualquiera.

Es tan fácil desaparecer.
[foto:Vesconte Maggiolo, Portolankarte (1541)]

27 jul 2009

Mousse de lentejas


No, si es que las dos del mediodía no es buena hora para resolver problemas serios, una anda pensando ya en su mousse de lentejas sobre un lecho de humo de embutidos del país y lo de escuchar a los demás se hace pelín arduo. Bien está que me pase la mañana ajustando diabetes e hipertensiones en inglés, que para eso he desayunado mis patatas con torreznos, como mandan los cánones de la era prefranquista, pero a las dos de la tarde, el mareillo sólo me permite llegar a ciertos límites, los demás se piensan que es que tengo Alzheimer, pero mi yo íntimo sabe que es la añoranza de la mousse de lentejas. Como tengo un cupo cuyos nombres recuerdan a una lista de la ONU, me desgasto en un sinvivir de úlceras que me hablan en islandés, amigdalitis que me cuentan penas en marroquí, ambulancias que me atraen con susurros belgas, migrañas rumanas y muchas isquemias de aroma británico, que no falte de ná. Me he instalado un traductor simultáneo en la base del cráneo, me lo compré el otro día en el tres por dos de carrefour, junto con una cisterna de litros de paciencia y un desmareante sincronizado. También llevo a veces un escapulario con un trozo de reliquia de santa Miratorva de Achís, pero se me engancha con el fonendo, así que he optado por ir lo más sencilla posible, con lacara lavá, para entregarme en cuerpo y alma al amor de las muchedumbres. Pero que no venga nadie solicitar reducciones de mama ni aumentos de pene a última hora, porfaplis, que la rememoranza del humo de embutidos del país, el calabacín de faralaes y la dorada en barca de fresas, me vuelve loca y entonces me dedico a hacerles tactos rectales a los que vienen porque les ha salido un golondrino acusador en el mismísimo sobaco (más conocido como axila). A mí que me dejen, que tengo que reflexionar.
[Foto: Sebastian Kaulitzki para shutterstock]

25 jul 2009

Zulo de flechas


Mira guapa no me mires con esa cara que delata el zulo de flechas que llevas dentro. Anda, haz el favor de no secuestrarme los sentidos, que como me los sigas mortificando te voy a tener que cantar una de Rocío Jurado.
Sé generosa y lánzame la flecha de la vista, pero no la que me ciega, sino la que engancha el ojo con el tacto, o mejor échame varias microflechas, dame una tapa de pinchitos de tacto, para que te los pueda ir clavando o me los claves tú a mí, que no sé lo que hago o digo, que esto de sentir por los sentidos lleva a muchas confusiones y luego se me dispara a mí la flecha de la lengua y la liamos. Bueno no, que la flecha de la lengua es tuya, esa que me entra por la orejilla, me produce picor y escalofríos y luego ardores en las antípodas, mientras tú te descojonas contemplando los efectos.
No sé si me entiendes, en realidad, mis metáforas siempre han sido algo oscuras, pero es que yo soy del bosque, ya te lo dije desde el principio, y tú de los limones del Caribe.
Venga, apunta y dispara, que cada día te pareces más a Guillermo Tell, y yo aquí todo emocionadito con el corazón en una manzana.
Déjame escapar a cambio de un rescate: Siempre mantendré silencio acerca del sabor de tu boca.

24 jul 2009

Fantasgoritmos


Es que cuando hablas se me desmelenan fantasías en formas de logaritmos, o se me hacen las fantas gorgorismos en los cuellos, así que me he comprado un par de tapones para que me proteja la sordera, por no oírte haré lo que sea, he tardado muchos años en huir de tus halagos, de tus susurros y de tus parabras de saltimbanqui, bueno de la imaginación de tus palabras, porque tú huiste con mucho más de lo puesto en la época en que aún no se vendían dinosaurios en las tiendas de los chinos.

Si es necesario me tiro a la piscina, así buceando sólo oiré gorgoteos de olitas y el pitido de mis oídos, pero bien sabes cuánto me gustaría ahogarme contigo.

Mis fantasgoritmos me cuidan entre algodones para que pueda ascender a glorias supraurbanas, a veces sin oxígeno, porque respirando por branquias es muy fácil volar en medio de la hipoxia, como en un viaje espacial de cohetes a lunas de colorines.

Los cálculos de mis latidos me tienen entretenida, pero pero ya no te espero, porque para que se me pare el corazón ya existe otro mundo feliz, sin huxleys con pronósticos funestos, más bien con harleys de mentirijillas que me disparan hasta el infinito de mi ser y más allá.

Como ya sólo eres un fantasma, puedes seguir hablando, mientras yo hago con mi garganta fantasgoritmos.
[Foto: garganta de los infiernos. Fuente: dondeviajar.net]

18 jul 2009

No hay marmotas

A Poldos

Andaba el buey de mar peludo en promíscuo jolgorio con la marmota, cuando tuvo que venir su padre, el buey mayor, calvo él para más señas, a interrumpir sus emisiones de oxitocina. Y es que no había manera de escapar a sus habilidades de rastreo, ¡ni que fuera un perro! De todas formas, ellos se las apañaron para escaquearse y escarcearse, amorosamente, se sobreentiende. Así que unas semanas lunares después, tuvieron marmotitas y bueyecitos, que se dedicaron a disparar con tirachinas a toda la vecindad. Verán ustedes, no es que yo sea especialmente cotilla, pero es que hay cosas que no se pueden tolerar. Y aquello ya estaba rozando el castaño oscuro. Así que me dispuse a sentarme a la puerta en la silla de anea, con mi bastidor, disimulando en un bordado manido mi ansiedad por atrapar a semejantes energúmenos y darles su merecido.
Pasó primero doña Marmótez del brazo de su adorado don Buéyez y seguían tan vergonzosamente acaramelados que ni cuenta se daban de los estragos de su prole.


Antes de ejercer mis derechos de ciudadanía, yo apelé a la sabiduría del buey mayor, calvo él, como ya se sabe, para ver si podía darles algún consejo o directamente con la vara verde. Pero, aparte del pelo, había perdido memoria y autoridad y me dijo que me fuera a paseo.


No tuve más remedio que dar paso a mis más íntimos deseos de venganza y saciar mi sed de justicia, ante tanta desidia.
Me hice una paella y un abrigo de pieles, con todo el dolor de mi corazón. Pero es que si hay algo que no soporto en esta vida es tan malísima educación.


Q.E.P.D.




28 jun 2009

Hablando de vainillas


Elena, que te tengo dicho que como te sigas poniendo ese perfume con olor a flan te voy a mordisquear cualquier día, que cuando haces tartas de cumpleaños para los niños con la vainilla del supermercado me pones nervioso, tenso, como un galgo en posición de haber encontrado a la presa, en posición de caza, que cuando te traigo flores y buscas con avidez los estambres para empolvarte con ellos, se te ruborizan las mejillas y ya estamos liados otra vez, porque la cara de vainilla con la que me miras es peligrosa.


Creo que tú no has pensado seriamente en las consecuencias de tu candidez, niña, yo no puedo mantenerme firme ahí tan serio y quietecito, mientras tú te embadurnas en la ducha con ese gel que te regaló tu tía cuando vino de Nueva Zelanda, de vainilla, por supuesto. Aquí va a haber una guerra de pétalos, o de capullos, me parece que vamos a tener que recurrir a las violetas, que agotan menos.

Líneas blancas rellenas




¿Y ahora qué hago?


Me dejaste la tarea de rellenar pensamientos en blanco, para adivinar sus silencios, rellenar páginas en blanco, sólo con ideas, sin romper los vacíos, para proteger su limpieza de intrusos, no me diste la llave de abrir candados, porque no los había, pero me encontré con el blindaje de acceso no permitido a imaginaciones pobres de solemnidad.


Así que qué hago ahora,... como no sea por telepatía, como no adivine a distancia qué piensas, qué sientes, qué haces y, sobre todo, qué quieres decir...


Hace tiempo que no escribo con puntos suspensivos, es más hace tiempo que no pienso con puntos suspensivos, mis jornadas están cargadas de contenido, sin tiempo para el vacío. Y como has emitido la palabra vacío, para que yo la rellene, la lleno de líneas blancas, tú ya sabes lo que significan. Pero si me incitas, mi capacidad de rellenadora no encuentra límites, mas que los que empiezan como en un suspiro y acaban en un gemido, como me dijiste una vez, o a lo mejor no lo dijiste pero yo lo soñé.


Te van a salir líneas blancas de todos tus pensamientos, se te van disparar desde tus ideas, no voy a tener que decir nada, porque tampoco tú has dejado que nadie se entere, y ya no hablo del silencio, y ya no hablo del vacío, ni siquiera hablo del blanco, sólo de lo que yo espero y de lo que tú has emitido.

26 jun 2009

Mi hombre ovejeto


Querido Deifontes, hombre ovejeto mío, cuánto tiempo hace que no balamos relajadamente por la era, ya se me van notando las lanas y también las ganas de oler tu piel de corderito, mi vida no es nada sin tí, tú ya lo sabías, pero te lo digo para que te regodees. ¡Ay ovejeto mío!, que ya me he quedado trasquilada y aún no encuentro mi refugio, las espigas se agostan y tú ya no me agotas, entre otras cosas porque no estás. Recuerdo el jolgorio de nuestro paseo en el trillo, con la mula rezongando por el mal ejemplo que le íbamos dando. Mi Deifontes, mi alma ausente, mi ramillete de cardos se queda sin pinchos y se me desecan los humores, pero no hay manera de que se me escurran los amores, esos que yo te tenía y que no huyen escaldados de mis memorias, las que guardo entre lazos y algodones. Qué bonito es sufrir a pecho descubierto, aunque ahora se llama en topless, o sin enaguas ni calzones, y ya de paso, rebozándose por las esquinas de los colchones. Se me sube la poesía a la cornamenta, Deifontescito mío, o bueno, de cualquier otra, pero mi ovejeto, al fin y al cabo, porque esa palabra no te la habrá regalado nadie jamás. Te fastidias y te quedas sin ella, en venganza por el abandono. Me voy a balar por los montes. Nos veremos en el paraíso, que es más agotador que los infiernos, y te vas a enterar de lo que vale una pezuña.

6 jun 2009

Conversaciones en un autobús con aspiraciones a metro




Ella me miraba y me veía la oreja, estaba su deseo lacivo de poseer mi oreja y clara su intención de asegurarse al menos de mi capacidad de percepción auditiva, y anhelante de comprobar si mi oreja captaba sus melífluas frases y sus labilidades emocionales rememorando su encuentro con su médico. La captación por parte de mi cerebro, sin embargo, tenía órdenes precisas de filtrado y distribución de la información de forma suficiente para producirme en la cabeza un movimiento como el de los perritos de adorno de los coches, en una afirmación perenne y estirando ambos labios (los de la cara) de forma increíblemente elástica enseñando una dentadura ofensiva en su perfección, así que en mi ausencia no me dí cuenta de que ella ya había pasado a enumerarme las endodoncias, peridoncias, y otras transfixxiones perpetradas por su dentista en su boca y en su espíritu. La señora era amable, he de reconocerlo, mi amabiliadad siempre ha dejado mucho que desear, la señora tenía verdaderos deseos de comunicación, los míos estaban más próximos al del ermitaño. Pero soporté con sonsrisa estoica cuando me dio caramelos para mis niños (aún no estaba yo muy segura de si tengo hijos) y me dijo que mi marido debería sentirse afortunado por tener una esposa como yo (posiblemente el proceso de pensamiento de mi exmarido pertenezca a otra escuela). Me dirigió una profunda mirada de gallina maternal protectora (pensé: "otra") y vaticinó que mi futuro sería muy productivo, dada mi gran capacidad creativa, su ceguera mental le impidió ver el caos. De cualquier forma le devolví sonrisa de escuela de monjas de las de antes. Por suerte estaba en Madrid, podía elegir por igual el caos o el orden. A mi lado tenía el ministerio de Agricultura con esas impresionantes estatuas en la parte superior amenazando con llevarme en sus carros a no sé qué otros tiempos igual de ilógicos. Y por lógica también, en los metroautobuses las conversaciones unilaterales no duran más de cien años. Luego eché de menos el soniquete zumbón de su voz en mi oreja, era un símbolo de orden en un mar revuelto de sonidos con menos vocación de mutismo que la mía.

Hice mutis por el foro,

o a lo mejor muté a óleo flamenco para colgarme en las paredes de algún museo de alguna Baronesa, que es que a veces pierdo las memorias.

13 may 2009

cuerpo a cuerpo, compañero


Desde que te percibo con los ojos cerrados, me entero mejor de lo que eres y de quién eres. Poso mis manos en tus hombros y los percibo más recios de lo que había calculado, se parecen a tu obstinación, la que te está sirviendo para domarme, la que excita mis iras para luego dejarme riendo al darme cuenta de la intrascendencia de ciertas actitudes.
Me acerco a tí con los ojos cerrados y, aunque conservo la imagen de tu cara, de tus ojos curiosos y divertidos, también palpo temblores de emociones inconfesables.
Así que huelo el cuello y las orejas, me río un poquito por lo bajini, y dejo que te pongas colorado hasta las meninges. ¡Te he descubierto!, te estabas haciendo pasar desapercibido, pero se te nota, me ha llegado el resuello de tu respiración, y eso, a ojo cerrado, es una confesión de entrega y de deseo.
Cómo me gusta tontear contigo en esos instantes tan escasos en torno al desayuno, tomarte el pelo para que me hagas caso y no te escapes en un tren que por aquí no pasa. Me encanta incitar tu vehemencia, para que te enfades, me gusta llevarte la contraria porque sí, me hace mucha gracia sentir cómo te lo tomas a pecho.
Pero más me gusta cuando suelto algo que te deja desconcertado, que ni yo misma había calculado, que lleva a un estrecho brazo, un cuerpo a cuerpo de compañero, compañeros en la lucha y también en el deseo.

Hoy suavizaré mi ritmo, te daré tiempo para que pienses, porque yo no
quiero pensar, sólo pecibirlo, percibirte.

25 abr 2009

Impecune


Impecune me quedé,
triste y habitabunda,
que no meditabunda,
ya que era una impecune.

Ameditabunda me quedé,
a la espera del pecunio,
buscando el garbanzo antes de junio
estornudando por los azahares abrileños,
llorando por los flatos
y por falta de zapatos.

Me fui a visitar merenderos
en vez de ir a ver escaparates,
competí con los hormigueros
y no precisamente por buscar aguacates.

Impecune me quedé,
triste, vacía y cavilabunda,
hasta que me topé con un banco,
como no me regalaron ni una enciclopedia
recurrí al método de la media.

Recuperé mi pecunio,
y saldré de la cárcel, con derecho al paro,
antes de junio.

28 mar 2009

He sido buena

Confieso que he sido buena. He intentado leerme "El Fuego" que es la continuación de "El Ocho", que tampoco logré terminar, en un intento de sentirme normal, ya que se "venden" entre los libros más leídos y más vendidos. Confieso, he sido buena. Tiene su valor, su buena voluntad, pero, confieso igualmente, anoche tuve que dejarlo en la página trescientosypico con la sensación de haber cumplido más que de sobra con mi intento de aproximación a los pareceres de otros mortales. Pero por poco me muero yo de aburrimiento en el intento.
No volverá a suceder.
Me voy un ratito castigada de rodillas con los brazos en cruz de cara a la pared, con varios volúmenes de El ocho y de El fuego en cada mano para no olvidar la experiencia.

12 feb 2009

Ser médico en la guerra de Corea


Se me hace duro, durísimo, largo e incomprensible. ¿Qué pinto yo aquí?
Salí huyendo de un servicio de urgencias del que acababa drenada día sí y día no, con la esperanza de que en Atención Primaria, en medicina rural, las cosas serían duras pero no imposibles, y lo que hice fue salirme de guatemala para meterme en guatepeor, puesto que sigo haciendo el mismo esfuerzo ingente, pero lejos de mi casa, con mi familia dispersa, desubicada y desarraigada, y esperando que mi distrito sanitario vea lo que hay, que "identifique el problema" realmente (no sólo de oídas) y realmente le ponga solución. Tanto mis compañeros como yo atendemos un número excesivo de pacientes, tenemos unos cupos tremendos. Paso el 60% de la consulta en inglés, resolviendo casos crónicos de pluripatológicos que requieren algo más de los 6 minutos por paciente que tenemos asignados. Me gustan las urgencias, siempre me han apasionado, pero me deja fuera de juego tener que atender emergencias en mitad de consulta normal, pierdo el sentido de dónde estoy haciendo el cambio mental y de ritmoque requieren y luego teniéndome que desacelerar, para volverme a acelerar a los pocos minutos.
Tengo un serio trastorno adaptativo. Estoy quemada, aunque lo del síndrome de burnout se queda soso para definir todo esto.
Repito: no sé qué pinto aquí.
No he rozado aún la esquizofrenia porque mis genes no me lo han permitido, pero estoy al borde de cometer errores, serios, uno detrás de otro.
Me he quemado, me he roto. No tengo fuerzas ni para gritar, ni para llorar. Sólo sé apretar los ojos y los labios en un gesto sordo de rabia.
Cuando vuelvo de atender un estridor laríngeo en un paciente con un cáncer de laringe que casi se nos muere en la ambulancia, no tengo más remedio que pensar que el tontaina que tiene mocos y quiere la baja laborar porque le molesta la garganta y tiene tos es un imbécil.
Se me salta el gesto insultante a los que visitan una y otra vez en busca de pruebas que pongan nombre a sus padecimientos banales, llega un momento en que la paciencia es un bien preciado que tuve en otro tiempo pero ya no me queda en reserva. No todo tiene un diagnóstico y un tratamiento preciso. No está en mis manos hacer de bruja de la tribu siempre, ¡ojalá fueran resolutivas las patas de conejo y el aloe vera! En muchas ocasiones desearía simplemente roncar. A pesar de todo intento agotar mi imaginación en busca de derroteros inexplorados. Pero mis jefes no me acompañan. Me ponen cotas de objetivos muy altas pero me limitan los recursos humanos a términos risibles.
Siempre acabo el día, el medio día, con sensación de estar en una guerra perdida. El cansancio me destierra el resto del tiempo a una inexistencia brutal.
No lo entiendo.
Se me escapa el motivo por el que aún sigo sintiendo deseos de hacer algo por resolver algún problema de salud de otra persona. No sé si es la inercia o un angustioso temor a sentirme culpable si dejo de hacerlo.

3 feb 2009

Mascotas indigentes


Hoy he alcanzado la felicidad eterna mientras contemplaba a mi mosca. Maxi, se llama Maxi. Es sólo mía, la he encerrado en el cuarto de baño, ya que se atrevió a acosarme mientras me daba el colorete, y la he hecho mía. Como es invierno, en estos momentos está sola, así que no puede llamar a sus congéneres al rescate. Siempre se ha dicho que la mosca es un ser social y es cierto.
Nos hemos mirado las dos profundamente y nos hemos frotado las patas. Durante unos breves instantes no ha sucedido nada, el tanteo del terreno siempre implica silencio y análisis detallado de por dónde pueden venir los tiros. Pero ella ha sido más inconsciente que yo y se ha movido primero, sin darse cuenta de que, después de posarse en mi nariz y ser obligada por mi mano a emigrar a la pared, no he tenido más remedio que ducharla. Lo sé, las moscas no huelen a nada perceptible para mí, pero últimamente me ha dado por duchar a todo bicho viviente que entre en mi casa. Ya os invitaré a comer algún día.
Ella se ha vuelto hacia mí mirándome algo sorprendida, pero creo que se lo esperaba, posiblemente se me adivinan las intenciones nada más verme, mi transparencia me traiciona. Ha remontado la empinada cuesta de la bañera y en un momento dado me hizo sentir pena, así que he abierto la ventana para que se secara con el aire. Pero se ha marchado y me ha dejado solitaria con mis reflexiones.
El problema de las moscas es que son un poco indómitas, no de dejan pasear fácilmente y yo no estoy por la labor de cortar las alas a nadie. Me parece que me voy a tener que comprar una tortuga para poder salir con mi amiga cuando saca a pasear al perro.

25 ene 2009

Tulipanes Negros


...y dicen que desde entonces en la estación había así como un aroma a Tulipán Negro, mezclado con el de la prensa de los domingos, el olor legionelósico del aire acondicionado, y el del puestecillo de gofres. Y que una atmósfera de melancolía lo invadía todo produciendo retrasos de 8 segundos y 32 décimas en la salida de todos los trenes, que fué el tiempo que ella tardó en viscosearse. Y dicen también que por allí nunca pasará el AVE....

***

Salió vestida de tulipan negro: la cabeza con cardado de la época del twist, un inmenso moño carbón y el eyeliner haciendo arco hasta casi unirse con las cejas; el talle, o tallo andrógino, con ese vestido verde pistacho sosteniéndola precariamente, y unos tacones de los de matar a estocadas horadando los adoquines del Ayuntamiento. Pero no supo dónde ir, así que volvió a entrar a casa y se puso otra vez la bata, pero no la de cola.

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Ha comenzado la operación Tulipán Negro y todos estáis bajo secreto absoluto. No olvidéis que la cárcel siempre tiende amablemente sus rejas al que se va de la lengua. Los objetivos están ya identificados y se os entregarán con cuentagotas a la hora del bocata. La lista de problemas y obstáculos a superar es interminable, así que tendréis que improvisar. Macías sácate el palillo de la boca mientras yo hablo, que pareces un concejal de pueblo. Lo siento pero no hay presupuesto para coches blindados, tendréis que conformaros con las bicis de alquiler. Quiero ver a todos bien camuflados, está de más decir que si os ponéis las gorras de béisbol se os nota a la legua... y en estos momentos, el peligro está ahi afuera. Compañeros: quiero que me traigáis todos los tickets del McGonalds para que me toque a mí el coche. Ya lo compartiremos.

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Otra vez te miro, ya que últimamente es mi deporte favorito, y me imagino inmersa en otro anuncio de Tulipán Negro. Yo voy a cámara lenta, con el viento ondeándome la melena y la falda, tú te acercas y se te cae el periódico a mi lado, yo levanto el brazo y tú te incorporas acercando la nariz a mi axila bienoliente, pudiente y muy decente, a mí me da la risa de las cosquillas y tengo que volver a empezar la fantasía de anuncio, porque se va afreír espárragos el romanticismo.

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Tus ojos, como corolas de tulipanes negros, brillan ahí muy colocaditos en su espacio natural, bien hidratados y tersos, bien definidos y sin rebabas, tus ojos me intimidan, a pesar de tu tono bienintencionado. He decidido hablarte sin verte, aunque te mire, porque, como te vea los ojillos indagándome, acabo soltando despropósitos o compitiendo contigo en alguna batalla que no sé de dónde ha surgido. No me mires, que te veo, y el reflejo verde del rabillo del ojo me enlujuria y me escama.
Anda, ponte unas gafas negras, que el mosqueo sería el mismo, pero al menos me quedaría la duda de lo que piensas.