27 mar 2013

¡Una de garbanzos!


 

Cocomaru  se despertó esa mañana algo empanada, pero se tomó sus pastillitas para el cólera para despejarse y se fue a la cocina a hurtadillas con su ordenador fucsia, mientras varios seres humanos en estado de coma profundo pululaban por los dormitorios de su casa, víctimas de un pacharán malévolo de delicatessen de autor.
Allí miró con ternura la foto de un Miguelón desalmado. Desalmado porque se había quedado vacío de alma, había sucumbido a otra alma torturada que vampirizaba la de quienes se aproximaban demasiado a ella.
"Ánima torturada busca incautos para chuparles las energías y vaciarles los sesos", parecía que hubiera respondido a algún anuncio así en cualquier sección de contactos anímicos.
Así que Cocomaru le preparó uno de esos calditos de Meiga, hecho con cariño y muchos conjuros, con ojos de salamandra de Los Alpes, diente de funcionario de la seguridad social, tela de araña verde esmeralda y suspiros de almas torturadas haciendo yoga.
Fue milagroso, oyes tú, como te lo cuento.
Miguelón se enderezó como cuando La Masa se disponía a conquistar el mundo, después de haberse rebozado con las croquetas, y al mirar por la ventana se dio cuenta de que ya había salido el sol.
Un sol dulce y amable que también estaba mirando Cocomaru, sonriendo, mientras jugaba a los chinos con garbanzos de varias razas para recuperar una risa que todo lo sanaba.
Un garbanzo negro y uno de plata retaron a un garbanzo lechoso a ir a la playa, y a él se le subieron las maracas.
"Sana sana culito de rana..., Cocomaru te envía un besito de hierbabuena", y el contagio de almas torturadas, se deshizo por su poca consistencia, como los hechizos de vidente de televisión.

Nada te enoje.

Sopla el viento.

Huele a cocido.

1 comentario:

  1. Con unas poquitas de espinacas que le hubiera echado, el plato habría sido completo.
    Besos

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