6 nov 2013

Bicicuta



Bien. Creo que no es necesario aclarar que mi tipo dista bastante del de la chica de la foto, pero no mis intenciones. Necesito que el mundo sepa que un ser subido en una bicicleta es un ser/objeto tierno, frágil y perecedero. Sobre todo perecedero, porque lo cierto es que mis escarceos amorosos con mi bici han sido de peli de terror. De hecho la he bautizado con el dulce nombre de "Bicicuta", y no porque intente envenenarme, pero sí porque me consta de forma fehaciente que intenta asesinarme.
Y mira que voy yo mona con mi casco más grande que mi cabeza, aunque haya sido difícil encontrarlo, mis guantes para proteger mis manos, aunque no sean de seda, y mis lucecitas de pilas que avisan a los demás de que voy para allá y más vale que se quiten, ya que mi pericia pedalística aún está por demostrar.
Mi bici es pequeña, ligera, plegable, suave y juguetona como Platero cuando acariciaba con el hocico las florecillas gualda. Es de acústica algo dañina, porque emite un chirrido con uno de los frenos como si fuera el orgasmo de una ballena. No me deja pasar frío, me engaña dando imagen de escuálida figura ingrávida. Pero pesa, es densa, y en cuanto me descuido intenta tirarme del sillín sin ningún miramiento. No puedo sonreír a otros ciclistas que pasan, porque se pone nerviosa y me hace caballitos y me tira al suelo para que me dé un guarrazo.
Eso sí, se ha acurrucado en el maletero de mi coche, así, de ocupa metálica. Y en el fondo me da pena, no tengo corazón para desahuciarla.


foto: http://www.todohumor.com/humor/imagenes/paseodeunaciclistanudista/

4 nov 2013

Mi Santo Sky


No, no os riáis, porque todo esto es muy serio y muy trágico.
A ver, probando, probandooooo, ¿funciona bien el micrófono?... sólo quería decirte que pasar de hablar contigo a hablar con una dura lápida no es lo mismo. Es que no estoy segura de que los cipreses sean resistentes a todo esto, me acuerdo más de los robles, se parecen más a tí. No sé si quiero tampoco traerte una corona de flores, prefiero las malas hierbas, que siempre fueron tus compañeras.
Todavía te recuerdo con tus infusiones soltando discursos de sus beneficios, para lo que ya no tenía remedio. Me hace sonreír. Tu vehemencia hasta para morirte era digna de litros de literatura, o de aguardientes malos, no estoy segura. Mira que eras egoísta, siempre ocupando espacio, hasta me robaste aire, ¡mamón!, tu dificultad para respirar me dejaba boqueando, aunque también boqueaba como los peces cuando me robabas la respiración en esos colchones amorosos.
Mira que no dejarme incinerarte, sólo pude incinerarte en vida, mirándote a largo plazo. Y luego me dejaste con el deseo de la purificación del fuego.
Que no voy a seguir hablando contigo, te tengo castigado en un mundo que no sé  dónde está, mejor voy a seguir hablando con tu lápida, pétrea como tú.
Te recuerdo calvito, caquéxico y frágil, pero no había más que mirarte para comprender que eran puras pariencias. Lo de consumirte sólo se te daba bien cuando luchabas por ese mundo utópico en el que las personas aún no habían perdido toda su dignidad. O cuando tocabas el contrabajo, mirando a un suelo sin fronteras.
No os riáis, que voy a dejar una mosca, en vez de flores. Una vez me dijeron que las mocas tienen un genoma casi humano. No, si al final me transmutaré en libélula, a ver si ligo contigo otra vez en cualquier bar de libaciones happy hour.
Eres tan egoísta que hasta para morirte fuiste el primero.


Mi mosca despistada



Mi mosca despistada, se quedó conmigo en el último verano y me dio pena echarla de casa.
Andaba siempre dando vueltas por mi habitación, conmigo detrás, armada con trapos y revistas, subiéndome por camas, mesas y sillas, tratando de ahuyentarla. A punto estuve de utilizar insecticida, pero temí morir yo antes y me abstuve de cometer el  insecticidio. Empecé a acostumbrarme y a mirarla con otros ojos, desconozco con cuáles de los suyos me miraba ella, pero desde luego está claro que no veía muy bien, porque se daba unos guarrazos sonoros contra los cristales, que seguro producían mucho dolor, luego se quedaba un rato atontada, pero yo no sentía que fuera ético atacarla en su estado de desventaja.
Y yo ya se lo decía cada dos por tres, "mira Maruja, si sales por el cristal que está abierto llegarás muyyyyyyy lejos, pero no vuelvas a entrar corazón, porque te vas a dar la torta otra vez".
Pero, eso, lo dicho, empezó a darme pena, fue llegando el otoño y la dejé que se quedara haciéndome compañía, amenizando mis horas de abstracción en el ordenador y posándose en las páginas de mis libros para indicarme por dónde tenía que seguir leyendo. Yo le daba miguitas de galleta, cachitos de entrecot pulverizado, pizcas de manzana,... y así está ahora, hermosa como una mosca reina, así no hay quien salga de ningún sitio. Si ya me lo dijo mi madre, "hija mía, mejor podías cuidar así a los moscones, que se te van todos, en vez de aplastarlos de un zapatazo".
Maruja tiene un zumbido cariñoso y sensual, se conoce ya todos lo rincones de mi casa, ha explorado los conductos del aire acondicionado y estoy segura de que habrá encontrado allí a algún inquilino polizón con el que cambiar pareceres.
Estoy pensando en incluirla en mi plan de pensión de jubilación.

Foto lazy fly