22 ene 2014

El ictiopondrio maldito


Nononononon, que estoy hartita de ir a la compra y que me den gato por liebre, como si yo fuera tonta, que ya sé que lo de mi alopecia hace pensar que tengo el cerebelo donde tendría que estar el cerebro, ¡pero no!, ¡no señor!, que a mí me dieron un premio en el colegio por inventar un sistema para que no chirríe la tiza en la pizarra, que estoy hasta las napias de que me gitaneen, que si yo he pedido anguila para cocinarla en su propia tinta, no sé por qué tienen que colarme ictiopondrios en la bolsa, que luego van y te lo ponen todo perdido. Pero es que el ictipopondrio que me dieron el otro día en el mercado de la Buena Vista era el colmo. Me dejó todo el sofá lleno de huellas de sus patitas y se comió la maceta de violetas africanas en 5 décimas de segundos, luego se tiró a la cisterna del WC y se puso a nadar con todo desparpajo, a sus anchas. Y mis amigos que iban a llegar en tres cuartos de hora y yo sin hacer la comida. Cacé o pesqué al bichejo, que la verdad es que ya no sé lo que hice, porque me obligó a correr por toda la casa, el portal, la portería, el patio de vecinos y el almacén de bicis, que ya iba boqueando él, buscando agua aunque fuera de estanque, y ya iba boqueando yo, porque me pesan los kilos, bueno y los años, porque no bebo agua mineral, pero al final cayó en mis redes, o mejor dicho en la espumadera y lo tiré a la sartén que ya estaba con el aceite humeando. Me dio un poco de pena el pobre animalejo, pero es que la comida de primeros viernes de mes con mis amigos es sagrada. Antes íbamos a hacer novenas.

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