16 ago 2017

Eres un Tango




Eres como un tango.
No sé si sabes bailarlo, pero así me lo parece. Eres retorcido y complicado, con zancadillas y silencios duros por medio, pero igual de hermoso que ese baile que te hace volar.
Con esa elegancia de ojos de marinero que mira venir muchos barcos, me dejas escapar, pero sigues resonando en mis oídos, en mis curvas, en mis puentes.
Yo quise ser anguila, elástica y escurridiza, pero me quedé con una espalda de madera y un corazón de acero, fruto de educaciones un tanto victorianas y algo carmelitas.
Y con una espalda de madera no se puede seguir el dictado de un tanguero profesional.
No sé que piensas, no sé que sientes, o a lo mejor sí, pero no me lo creo.
Me duele no saber seguir tus envites, tus vaivenes y tus retos.
Se me sube la torpeza a la cabeza y me aturullo, y sólo cabe la huida.
Suspiro con ese anhelo de mar de verano.
Una huida con billete de vuelta.


14 ago 2017

Maremotos



Hoy el tiempo y el espacio han sido misericordes y me han vuelto a regalar cobaltos en forma de mar.
Me han dejado resquicios de muros blancos para poner límites a eso tan infinito que me atrae como el peligro.
La luz se ha aliado con la parte más visual de mi ser para que pueda contemplar tanto azul desprendido. Me ha dejado que sea feliz viendo regatas a lo lejos. Puntos blancos compitiendo con un viento que no toco, haciéndome guiñar los ojos y nadar mentalmente en ese mar aún helado.
Por un momento me he confundido y, sin darme cuenta de que estaba en mi terraza, me ha salido una carcajada y una pirueta de delfín.
***
Mar no me traiciones.
No adoptes ese gris-azul melancólico. Que entonces ya no tendré más remedio que aliarme con las nubes y regarte desde la cima. No dejes que nadie se dé cuenta de que te miro y me envuelvo en tu idea. Me perdería buscando peces abisales para sentir que no todo es belleza.
Anda refleja un rayito de sol y no te enfurezcas.
***
Vibras en un azul de lujuria. Me ciegas con un brillo que emborracha mis ojos.
Mar de verano. Ese que te vistes cuando menos me lo puedo permitir. Mar perverso, que te ríes de mí acogiendo todos los deseos inconfesados. No bañes a nadie, que me produces celos. Regálame sardinas y boquerones que jugaron contigo en el frío transparente de tus bancos de arena. No me hagas perder pie con tus olores, que si me ahogo, ya no salgo de la pena.
Regálale a él una brisa de susurro de juego. Dile cuánto le espero.
***
Rizo, rizo, rizo, rizo en ola voraz y ¡zas!
Me abofeteas con tu salitre en invierno. Pero no me sacas del letargo. Sólo me hipnotizas aún más rugiendo.
Rizo, rizo, rizo y revolcón impío.
Déjame correr con el huracán sobre tí, pisando verdes aguados, azules añiles, grises, grafitos, blancos y ocres. ¿Quién me contó que eras azul? Me vine con las acuarelas de pintar mares y me dejaste sosa con mis matices cuando oí el inmenso concierto que organizas con los tuyos.
¿Por qué no me advirtieron que tus colores son una orquesta de infinitos sonidos?
Te levantas en una amenaza de ola que va a recuperar su tierra y la dejas tirarse como una bomba que trepana mis tímpanos con colores de guerra.
***
Se me ha caído una lágrima azul.
¿Seré tonta? Se me acaba de caer otra. No logro contenerlas. Me tiñen un surco de azul en la mejilla.
Sentada en la arena, junto a tu imagen contemplándome, me he mimetizado contigo. Nunca pensé que en algún momento fuera a convertirme en agua. Es una sensación extraña. Sobre todo porque mis fuentes están tirando de alguna cadena dentro de mí. Sigo en esa rara situación, me siento seca a pesar de que soy de agua, y mis lágrimas azules forman un charquito que se va diluyendo en tu ir y venir.
Me sonríes con olas dulces, Mar.
***
Se me deshacen los bucles quedándome suspendida en medio de esa luz tamizada de agua. Me dejo ondular suavemente por un día de calma chicha. Dentro del agua todo tiene otra dimensión. Me quedo contemplando el misterio de las burbujas que salen de mi nariz. Sólo muevo ligeramente los pies para no salir aún a la superficie. Fundo el color de mis ojos con el de la arena y el movimiento de mi pelo con las algas. Suelto todo el aire y mi peso me deja tumbarme en el fondo.
Desde allí imagino cielos que te penetran
***
Voy al puerto.
Me voy a la zona de rocas, donde puedo sentarme en silencio.
Me dejo rellenar todos los poros y pliegues por la brisa marina.
Mis oídos bailan a la vez que las olas. Y ese sonido repetitivo es un bálsamo, asienta mis remolinos, cicatriza mis heridas como un bálsamo y me hipnotiza tanto como cuando se mira el fuego.
Todo está en calma y te echo de menos.
***
Te quedas en calma chicha, transparente. Me reflejas en tu superficie. Sentada en la proa, con los pies descalzos colgando y la cabeza y los brazos apoyados ociosos en la barandilla.
Por debajo me ofreces el ballet acuático más bonito que he visto.
Medusas de todos los tamaños se deslizan silenciosas y peligrosas.
Medusas enormes, como una mesa camilla, con sombrilla transparente y tentáculos larguísimos de color burdeos apagado.
Medusas chiquitinas, tiernas, del tamaño de un reloj de pulsera, que bailan con lentitud.
Todo está como suspendido en una continuidad de aire y de agua. Y yo me siento medusa por un rato y ondulo los dedos sin darme cuenta, como si dirigiera una orquesta.
De repente, el sol se pone, ocultándose tras una montaña, y deja una extraña superficie blanca, ligeramente ondulada. En vez de mar, pareces nieve. Y todo lo que hay debajo desaparece de mi vista dejándome sólo el sonido de mi respiración.
***
Ayer intenté morirme dentro de tí, aprovechando que estabas helado y gris.
Me rechazaste con furia. Y no supe a qué se debía la ira de tus olas. Me dejaste con la duda de si no deseabas dejarme desaparecer o si no deseabas dejarme permanecer en tu intimidad de gigante.
Me quedé dolida tirada en la playa, devuelta por remolinos que me golpearon con rudeza una y otra vez en la arena y taparon mi garganta y mis pulmones con agua malvadamente salada.
Hoy lloro sin fuerzas.
¿Por qué no me dejaste viajar a tu cementerio abisal?
Otra vez tengo que soportar la gloria de los rayos de sol.
***
Me acunas con ese verde esmeralda maternal. Y me dejas hacer castillitos en la arena.
Me aplico, con vehemencia de niña cabezota, haciendo torres perfectas y un foso digno de rellenar con cocodrilos de verdad.
Bañas suavemente las plantas de mis pies, mientras las trenzas se me mojan de sudor.
Las rayitas rojas de mi bañador hacen juego con el color de la pala y el cubito. Y una luz de cuadro de Sorolla me deja entrecerrar los ojos, buscando la arena mas fina, para que todo quede más firme.
Verdeazul, suenas con condescendencia en un mediodía de siesta en la playa.
***
Ayer me adivinaste las ideas desde tu desierto de mar. Parecías un tuareg con la muselina color índigo ocultándome el rostro en un fondo de olas de tela negra. Con ese silencio de desierto de agua, oíste mis pensamientos. Indigo y negro. No me diste respuestas, para que las encontrara yo sola.
Negro profundo, índigo de Febrero.
Me gusta tanto ensimismarme sentada en una roca y perderme en elucubraciones contigo reflejando mi imagen ondulada ahí a mis pies.
Y con silencio de tuareg, dejaste peregrinar mis devaneos sobre tus olas, como si fueran subidas en las jorobas de un camello. Casi pude adivinar unos ojos dorados en medio de una piel renegrida por el sol escrutándome, esperando, dando tiempo de reloj de arena para que yo llegara a mis propias conclusiones.
El chasquido de una gaviota al chocar contra el agua me rescató de la sequía.
***
Mi niña.
Me bañas a mi niña con frío azul de verano.
Ella se encoge dentro de mi tripa mientras yo me lanzo en un speed de brazos y piernas rompiendo tus aguas, antes de que ella rompa las mías.
La noto contraída dentro de mí, escondiéndose de tus peces y tus olas. Hasta que se relaja y se queda sofronizada conmigo haciendo el muerto sobre espumas de mañana soleada.
Mi niña, la que será.
La misma que ahora juega en tus playas, coqueteando mientras se baña encantada.
***
Realmente, mar, eres malintencionado.
Con lo cansada que yo estaba. ¡Ay!
En vez de dormirme en la cama, como todo el mundo, me vengo a dormir a tu lado, para que no te sientas solo. Y así me lo pagas.
Mira que ir a poner hoy la lavadora, justo hoy que el sol no me permite abrir los párpados.
Estaba yo tan ricamente adormilada en tu arena, la que me dejas cuando te encoges. Y empiezan a sonar los vaivenes de espuma con detergente de sal.
Nada. Si tú te empeñas, me meto en la lavadora. Pero haz el favor de no darme esos revolcones, que hoy estoy patosa.
¡Bueno, vale!
Mensaje recibido, si te empeñas en despertarme, prepárate, porque les voy a plantar a tus olas combate.
***
Me meto en la corriente de la ira y me dejo llevar por turbulencias entre salivas, babas, aguadas. A lo lejos oigo crujir las cubiertas de los barcos y me recuerdan mi rechinar de dientes cuando no me está permitido estallar en cólera. Envidio a Neptuno y me siento ridícula bañándome con un tenedor de cocina entre esas turbulencias que amenazan con desintegrarme, cambios de dirección y círculos que me acaban devolviendo bruscamente a una orilla.
Desorientada, sobre esa arena que no es la de la playa que yo había deseado, miro de cerca a una gaviota que me recuerda las competiciones en las que tú me reflejas.
Mar de regatas, mar de galernas.
***
Siempre anduve por aquí, siempre estoy aquí, me dijiste con esa lengua de espumas con la que me susurras al oído, como un viejo amante. Y en un juego sensual, envías tu brisa para rozarme la cara y levantarme el pelo, para recordarme que no me olvidas, que estás conmigo a todas horas. Tan distante, tan lejano, tan variable, siempre tú, con tus disfraces que recuerdan a mis ojos en mutación. Se me ha hinchado el cerebro, se me han alargado los tentáculos y mi cara de calamar ha abandonado el asombro al comprender, por enésima vez, que siempre estoy dentro de tí, que siempre me rodeas, que sólo es mi propia tinta la que forma nubes que me impiden disfrutarte, esas que suelto para huir de mi propio miedo.
***
Al fin te vengo a buscar para que me cures, también yo necesito un
médico. Quiero que tu sal y tus olas sequen esta herida que me quedó
tan profunda y no cicatriza, la que me hizo adicta a la melancolía y la nostalgia, esa que me deja sólo vivir como un eco lejano del proyecto de persona que yo fui. Hoy vengo a que me empapes con tu cruda medicina, para dejarme balancear y bucear recuperando los tesoros de mi naufragio. Quiero recuperar el reflejo verde de mi propio brillo. Mañana asomaré la cara a la luz, a ese sol tímido, saliendo desde dentro de ti.
Y me volveré a enamorar.
Del azul cobalto.
***
¡Pégame si puedes! ¡Tírame olas y conchas muertas! Mis patadas y mis puños te van a empequeñecer. No me vale que seas tan bravucón, si, al fin y al cabo, te deshaces en espumas. Y antes de que tú me arrases, yo ya me habré disuelto.